La inflación global se ha convertido en un desafío crucial para millones de personas y para el desarrollo económico de las naciones en vías de crecimiento. En un entorno marcado por choques geopolíticos y logísticos, los incrementos de precios no solo erosionan el valor del dinero, sino que afectan la estabilidad social y las expectativas de futuro.
Desde el precio de la canasta básica en un hogar familiar hasta el costo del financiamiento para las pequeñas empresas, cada decisión de política económica se siente en la calle. Comprender estos procesos resulta esencial para diseñar respuestas efectivas que protejan tanto el crecimiento como el bienestar de la población.
La inflación global se define como el aumento sostenido y general de los precios a nivel mundial. Este fenómeno responde a múltiples factores: el encarecimiento de la energía, los alimentos y las materias primas; las interrupciones en las cadenas de suministro; y las tensiones geopolíticas que gravan los costos logísticos.
Según el Fondo Monetario Internacional, se proyecta que la inflación mundial ronde el 4,2% hacia finales de 2025. Por su parte, MAPFRE Economics anticipa una tasa del 3,4% para el mismo año, con un descenso gradual hasta el 3% en 2026. En los mercados emergentes, la expectativa es de un 4,1% en 2025 y un 3,8% en 2026.
Existen diversos mecanismos que trasladan la inflación global a las economías en desarrollo, generando círculos viciosos de inflación-importación que ralentizan la recuperación económica y elevan la vulnerabilidad.
En 2022, muchos mercados emergentes enfrentaron una inflación anual cercana al 10%. A pesar de la prevista reducción para 2025, los efectos en la sociedad ya se han hecho sentir de manera profunda.
La pérdida del poder adquisitivo familiar provoca un deterioro en la calidad de vida, incrementa las tasas de pobreza y obliga a los gobiernos a destinar mayores recursos a subsidios y programas de control de precios, lo que tensiona las finanzas públicas.
Frente al alza de precios, los bancos centrales emergentes han aplicado medidas para contener la inflación sin descuidar el crecimiento. Estas respuestas de política monetaria restrictiva incluyen ajustes en las tasas de interés y acciones de fortalecimiento de reservas.
Cada nación muestra una realidad distinta según su estructura económica, nivel de diversificación y credibilidad de sus instituciones.
El aumento de los costos de producción, energía y transporte impacta la competitividad de las exportaciones. Al mismo tiempo, la falta de diversificación de las cadenas de suministro impulsa un proteccionismo que dificulta la planificación y frena nuevas inversiones.
A lo largo de la historia, episodios de inflación elevada han coincidido con movimientos proteccionistas, como ocurrió tras la Ley Smoot-Hawley de 1930. Sin embargo, las mejoras en regulación y supervisión financiera han dotado a los emergentes de mayor resiliencia frente a los shocks globales recientes.
La tendencia general apunta a una desinflación gradual hasta 2026, aunque persisten riesgos de repuntes localizados. Aun así, los mercados emergentes, que representan el 60% del PIB mundial y el 86% de la población, mantienen un rol central en la recuperación global.
La actual coyuntura, a pesar de sus retos, abre ventanas para la oportunidad de diversificación productiva y el fortalecimiento de políticas económicas flexibles. Las naciones que consoliden instituciones creíbles y avancen en cadenas de valor más resilientes estarán mejor posicionadas para convertir la crisis en crecimiento sostenible.
Referencias