La inflación estructural es un desafío económico que trasciende las fluctuaciones cíclicas y exige una respuesta coordinada y a largo plazo. Más allá de simples subidas de precios, esta forma de inflación se arraiga en desequilibrios profundos y persiste incluso cuando la demanda se enfría. Comprenderla y actuar sobre sus causas fundamentales resulta esencial para proteger el poder adquisitivo de la población y asegurar un crecimiento económico sostenible.
La inflación estructural deriva de rigideces en la estructura productiva, del mercado laboral, de la oferta y de las instituciones económicas. A diferencia de otras formas de inflación, no se limita a un exceso de demanda o a un shock puntual de costos, sino que se **autoalimenta** y se consolida en las expectativas de hogares y empresas.
En el modelo triangular inspirado en Keynes y la curva de Phillips, la inflación total se describe como la suma de tres componentes:
Las principales diferencias se pueden resumir en:
El proceso suele iniciarse con una fase de fuerte demanda o un gran aumento de costes (energía, salarios). Si estos shocks se prolongan, las empresas y trabajadores incorporan la inflación pasada en sus decisiones:
– Indexación de contratos y cláusulas de revisión salarial. – Fijación de precios con márgenes adicionales para anticiparse a futuros incrementos.
Con el tiempo, se consolida la espiral salarios-precios y las expectativas inflacionarias se desanclan, de modo que la inflación se mantiene incluso sin nuevos shocks. Entre los problemas estructurales más comunes destacan:
Desde 2021, la inflación mundial se disparó por la combinación de cuellos de botella logísticos, encarecimiento energético y tensiones geopolíticas. Aunque los bancos centrales han subido tipos, el Fondo Monetario Internacional prevé que la inflación global se mantenga cerca del 4,2 % a finales de 2025.
Más allá de factores coyunturales, cinco tendencias estructurales —las “5 D”— amenazan con elevar la inflación a largo plazo:
Se estima que estas tendencias pueden añadir hasta un punto porcentual extra de inflación anual de manera permanente.
Combatir esta forma de inflación con herramientas convencionales, como subidas bruscas de tipos o austeridad fiscal, suele tener altos costos sociales:
– Aumento del desempleo y freno de la inversión. – Caída del crecimiento potencial por incertidumbre y tasas elevadas.
Además, erosiona el poder adquisitivo de salarios y pensiones, afecta negativamente a los ahorradores y puede aumentar la desigualdad si no se actúa con políticas inclusivas.
Para abordar este reto duradero, las soluciones deben ir más allá de la política monetaria. Algunas estrategias clave incluyen:
Además, es esencial diseñar mecanismos de indexación moderada y condicional que no alimenten automáticamente la espiral inflacionaria, sino que la anclen a metas de productividad y eficiencia.
Finalmente, la cooperación internacional puede facilitar mejores prácticas y financiamiento para inversiones verdes y tecnológicas, reduciendo el costo de la transición y amortiguando el impacto inflacionario.
En definitiva, la inflación estructural es un reto global que requiere un enfoque integral, combinando reformas institucionales, inversiones estratégicas y políticas coordinadas. Solo así podremos garantizar un futuro económico más estable, justo y próspero para todos.
Referencias