Vivimos en un momento en que los precios de acciones, bonos y otros activos financieros suben o se mantienen fuertes mientras los indicadores macro y sociales muestran debilidad. En este artículo analizamos por qué se produce esta brecha entre dos mundos y qué implica para el futuro.
La idea de desconexión se refiere a la distancia que a veces existe entre la economía real y los mercados financieros. Mientras la primera mide la producción, el empleo y el consumo reales, los segundos valoran acciones, bonos y derivados basados en expectativas.
Conceptualmente:
En esencia, los mercados no ignoran la economía, sino que observan otra parte de ella y con un horizonte temporal distinto.
Las desconexiones han ocurrido en varias crisis. El caso de la pandemia de COVID-19 fue especialmente ilustrativo.
Durante 2020, el mundo sufrió un colapso del PIB y del empleo sin precedentes, pero las bolsas se recuperaron con una velocidad sorprendente tras el mínimo de marzo:
El resultado fue que muchos spreads de crédito corporativo se comprimieron, mientras pymes y autónomos de servicios presenciales enfrentaban la ausencia de ingresos y una insuficiente ayuda pública.
Más recientemente, en EE. UU. durante 2024-2025:
Estos datos evidencian una diferencia numérica muy concreta entre la celebración de las bolsas y el pulso de la economía real.
Detrás de estas divergencias existen herramientas y políticas que actúan como amplificadores.
En primer lugar, tipos de interés cercanos a cero reducen el descuento aplicado a flujos futuros, elevando el valor presente de beneficios esperados. Esto favorece especialmente a empresas de crecimiento, que destacan en los índices.
Los programas de compra de activos (quantitative easing) y las intervenciones en bonos corporativos privados crean una reserva casi ilimitada de liquidez. A través de estas operaciones, los bancos centrales actúan como un brazo cuasifiscal, garantizando mercados financieros incluso en medio de crisis profundas.
Por su parte, los estímulos fiscales (cheques directos, subsidios y programas de avales) han protegido con mayor intensidad a grandes empresas, dejando a pymes y autónomos en una situación mucho más vulnerable.
No solo las políticas explican la brecha: la propia estructura de índices y economía real juega un papel crucial.
Los grandes indicadores bursátiles como el S&P 500 o el EuroStoxx tienen un peso altísimo en empresas globales de tecnología y bienes duraderos. En cambio, la economía real está compuesta por una vasta red de servicios locales, comercio minorista y pymes que no cotizan.
La pandemia demostró que los sectores digitales y de e-commerce ganaron cuota mientras el comercio físico y el ocio presencial sufrían un impacto dramático. Esta contraposición de realidades subraya que la parte visible en bolsa no representa la totalidad del tejido productivo.
Además, la globalización favorece a multinacionales con cadenas de suministro optimizadas y ventajas fiscales, mientras la tendencia hacia la desglobalización podría generar nuevas tensiones en el futuro.
La prolongación de esta desconexión acarrea varios riesgos:
• Una corrección brusca podría disparar la volatilidad y generar quiebras en el núcleo de la economía financiera.
• La erosión de capacidades productivas de pymes puede reducir el potencial de crecimiento a medio plazo y alimentar conflictos sociales.
• Políticas monetarias ultraexpansivas prolongadas incrementan el riesgo de inflación estructural y burbujas en sectores específicos (vivienda, arte, activos digitales).
Frente a estos escenarios, cobra relevancia un debate sobre cómo reconectar mercados y economía real:
La desconexión entre mercados y economía real no es un fenómeno nuevo, pero sí está siendo potenciado por políticas sin precedentes y por la elevada concentración de valores en grandes compañías globales. Comprender sus causas y riesgos es esencial para trazar estrategias que aseguren un crecimiento más equilibrado y sostenible.
La clave está en reconocer que, aunque los mercados descuenten un futuro prometedor, la salud de la economía tangible depende de un tejido productivo diverso, en el que pequeñas empresas y servicios presenciales juegan un papel fundamental para el bienestar colectivo.
Referencias